Murió Allan Holdsworth. Lo acaba de avisar su familia en la página oficial.

Holdsworth siempre fue distinto a todo. Leo una cita de John McLaughlin que dice "I recall a concert of Allan in London some years ago, and after the performance I went to see him backstage only to tell him that if I knew what he was doing, I'd steal it!", algo así como "vi a Allan en Londres y fui a verlo a la trastienda sólo para decirle que si supiera qué es lo que hace se lo robaría". Ese nivel era.
Decía que lo vi dos veces: cuando estuvo en Buenos Aires, mediados de los '90s, bajé con Diego Fischerman a los camarines de la sala IFT de Once para saludarlo y me saludó amablemente pero apesadumbrado. Al tiempo que me daba la mano me pedía disculpas por lo mal que habían tocado. Juro que no me di cuenta. Es más, hay un video de ese concierto y no está nada mal.
La segunda fue en Madrid en 2012. Apabullante. También me acerqué a saludarlo y me comentó que estaba contento con esa banda (trío con Anthony Crawford y Virgil Donati). Quienes lo conocieron bien saben que lo usual no era esto sino lo otro, su insatisfacción y autocrítica extrema.
Hace poco estuve escuchando su tema "White Line". Usa al principio un hermoso acorde, jónico a más no poder, sólo tres notas (o cuatro si contamos la duplicación del bajo), Ab-Ab-C-Db. Pienso en Borges, que dijo "creo que uno sólo puede enseñar el amor de algo. Yo he enseñado, no literatura inglesa, sino el amor a esa literatura. O mejor dicho, ya que la literatura es virtualmente infinita, el amor a ciertos libros, a ciertas páginas, quizá de ciertos versos."
Será recordado en cada odd meter, en cada voicing con segundas de esos en los que hay que transformar la mano en una tarántula, en cada línea que sale de la atmósfera y se remonta a la estratósfera.
Siempre.